En el laberinto de este juego al que llaman vida, a veces me descubro a mí misma sentada en el rincón más discreto de una vieja cafetería; ese rincón donde los pensamientos fluyen como el humo de un café recién servido. Cada sorbo es como una página de un libro no escrito; un libro lleno de historias fugaces que se evaporan antes de ser contadas. En ese momento tan escurridizo, es cuando comprendo que, a pesar de ese tiempo tan pasajero, somos como el grano recién tostado, cuyo aroma permanece en el aire, regalándonos olores a tierra y madera, y que, si nos beben, a veces somos amargos; otras veces, dulces; pero siempre, exquisitos.
Este es el sabor y la esencia que quedará de nosotros cuando nos levantemos y dejemos atrás el tenue y discreto rincón de esa vieja cafetería.