Eran como hojas arrastradas por el viento del otoño; sin un lugar donde reposar un corazón que nadaba en un caldo pobre y tibio.
Pero se empeñaron en llamarlo amor. Y creyeron que serían como tulipanes desparramando color en infinitos prados. Pensaron, ingenuos, que no tenían fecha de caducidad; que si algún día llegaban las penas, estas se lavarían con el consuelo y se escurrirían al sol; y que los labios siempre estarían para secar lágrimas.
Mientras, llegó el invierno, se enfriaron las caricias y se acabaron las cálidas infusiones donde se remojaban las miradas; esas que deberían decirlo todo.
Entendieron entonces que, los tulipanes, nunca florecen en diciembre.
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