Caminar de la mano es un arte perdido en la prisa, y es esta la que nos impide ver que no es el agarre lo que importa, sino el acto de no soltar. Porque en la travesía de la vida, las manos dadas son faros en la niebla; anclas en la tempestad. Es un pacto silencioso de seguir adelante, no solo por los caminos soleados sino también por los túneles oscuros. Caminar así es construir un puente sobre el abismo del aislamiento, es reconocer que el otro es parte de nuestro propio ser.
Cada paso hacia adelante es un testimonio de la fe que depositamos en la compañía, en la certeza de que, sin importar lo que venga, no habrá que enfrentarlo en soledad.
Es, sin darnos cuenta, la más simple y profunda declaración de amor y confianza.