Cada día, al abrir la puerta, el silencio de aquel hogar vacío la golpeaba con la fuerza de los recuerdos. La fragancia del café flotaba en el pasillo, inútil testimonio de las mañanas compartidas. Las horas pasaban lentas, cargadas de ausencias y rutinas vacías; y en la cama, su lado seguía intacto, como un museo de lo que fue. Se dirigió al balcón, dejando que el invierno abofeteara su rostro sin previo aviso, y observó la ciudad a sus pies, indiferente a su dolor. Respiró hondo y, por primera vez, sintió la necesidad de lanzarse al vacío.
Categoría: Uncategorized